viernes, 30 de diciembre de 2016

Estudiar a Cristo: revelador y mediador

El Misterio del nacimiento del Señor supone tal novedad y tal abundancia, que nos lleva, dejando el sentimentalismo, al estudio y a la piedad; al estudio por conocer mejor a Jesús, su Persona, su redención; a la piedad, porque el corazón se dilata y ensancha conociendo a Jesús y quiere amarlo y seguirlo.

¿Qué contemplamos en estos días?


Apartemos las imágenes bucólicas, tan cargadas de folclore y costumbrismo, aunque simpáticas, y vayamos más adentro, a reconocer quién es el que nos ha nacido, cómo es, para qué viene, qué hace. Y es que su nacimiento lo cambia todo: ahora podemos conocer a Dios porque Él se nos ha dado a conocer en su Hijo encarnado, nacido en la carne, y podemos conocer, de verdad, en plenitud, quién es el hombre, qué es el hombre tan amado por Dios, porque la antropología la estudiamos siempre a la luz de la cristología, al hombre lo podremos conocer si conocemos a Cristo.

El tiempo de Navidad favorece la meditación del Misterio expresado en lecturas, ritos, preces y oraciones; la piedad conduce a meditar y saborear tan altos designios de Dios realizados en la historia. La Navidad nos evangeliza. La Navidad, también, nos recuerda que debemos estudiar y conocer mejor la Persona de Jesucristo, sin conformarnos con imágenes pequeñas, parciales, sino intentando conocer cuanto Él es, con su grandeza, con la unión de tantos extremos que parecen contrarios: Dios y hombre, eternidad y temporalidad...

Conocer mejor a Jesús; estudiar más a Jesús y sobre Jesús: bien podría ser la consigna del ciclo litúrgico navideño.



                "El período de tiempo, es decir, de culto y meditación que la Iglesia dedica al misterio de Navidad está terminando. Con la fiesta de la Purificación, mañana, se cierra el ciclo navideño; y nosotros, antes de pasar a la consideración de otro tema, nos detenemos todavía unos momentos en la consideración, motivo de estas audiencias de sencillas e importantes consideraciones, la consideración del conocimiento que debemos tener de ese Jesús, cuyo nacimiento hemos celebrado con tanto gozo y honor. Debemos conocerlo; debemos conocerlo mejor; no es suficiente un recuerdo convencional; no basta un culto nominal; debemos percatarnos de su verdadera, profunda y misteriosa entidad, del significado de su aparición en el mundo y en la historia, de su misión en el cuadro de la humanidad, de la relación que existe entre él y nosotros, etc. Nunca terminaríamos de sondear el misterio de su personalidad (una Persona, la del Verbo de Dios, viviendo en las dos esencias de Cristo, la naturaleza divina y la naturaleza humana); nunca terminaríamos de descubrir su actualidad, su importancia para todos los verdaderos y grandes problemas de nuestro tiempo; nunca terminaríamos de sentir nacer en nosotros, con experiencia espiritual única, el deseo, el tormento, la esperanza de poderlo ver al fin, de encontrarnos con Él y comprender y gustar, hasta la suprema felicidad, que Él es nuestra vida nueva y verdadera, nuestra salvación.

martes, 27 de diciembre de 2016

Jesucristo. ¡El nombre de Jesús!



            “Jesús basta, encierra de modo perfecto todos los misterios que el nombre de Dios contenía. Así como antes “cualquiera que invocara el nombre de Yahvé sería salvo” (Jl 2,32), así ahora, “si confiesas con tu boca al Señor Jesús, serás salvo” (Rm 10,9). Creer en este nombre es venir a ser hijo de Dios (Jn 1,12); orar en este nombre es ser escuchado (Jn 16,26); en él se perdonan los pecados (1Jn 2,12) y las almas son lavadas y santificadas (1Co 6,11); conservarlo intacto significa perseverar en la fe (Ap 2,13). Anunciar este nombre constituye la esencia de toda evangelización (Hch 8,12).



            El nombre de Jesús salva. Tiene cien virtudes. Es como el aceite. Lo mismo que el aceite da luz, este nombre ilumina las mentes. Igual que el aceite cura las heridas, fortalece los miembros de los atletas y alimenta los cuerpos, así el nombre de Jesús restaura las almas, las robustece y nutre.

            ¿Por qué, entre los nombres que al Mesías proféticamente se le adjudicaron, falta éste de Jesús?

domingo, 25 de diciembre de 2016

Debemos y podemos renacer



               "Ha llegado la Navidad.

             La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo...
                 
Hoy celebramos su recuerdo.
Hoy recordamos con emoción y con admiración aquel acontecimiento tan humilde.
Hoy meditamos con reflexión grave e inteligente aquel acontecimiento tan importante.

                
               De aquel hecho muchas cosas se han originado. Por el hecho de un tal nacimiento (cf. Col 1,15) la dignidad de la naturaleza humana ha sido rehabilitada y exaltada, y la unidad potencial del género humano se ha hecho patente. En aquel acontecimiento la historia de la humanidad ha tenido su punto focal y desde entonces un principio de fraternidad universal ha sido proclamado (cf. Rm 8,29). Desde entonces todo ser humano es algo sagrado, digno de toda atención y de todo respeto. Desde entonces quedó inaugurado el criterio según el cual, quien sufre, el que es pequeño, pobre, esclavo, caído, merece ayuda, socorro, respeto, y merece mayor justicia. Desde entonces la desesperación, que se encuentra en el fondo del alma del hombre decepcionado y pecador, ha tenido un motivo para esperar y para revivir.  Desde entonces un manantial, que se ha convertido en río, y del que la Iglesia quiere ser el canal principal y auténtico, un río refrigerante, fecundante, regenerador, ha brotado en Belén: el amor; el amor nuevo, inconcebible e incontenible de Dios, de Dios que se ha hecho nuestro hermano, nuestro modelo, nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro salvador y redentor, nuestra cabeza y nuestra vida, ha irrumpido en la tierra y todavía la inunda y se convierte hoy en un lago que a todos nos invade, el amor de la Navidad, el amor de Cristo.

                Intentemos por un instante, hermanos e hijos, tomar conciencia de ello, experimentarlo interiormente y seremos felices; felices con unas verdaderas "Felices Navidades".

viernes, 23 de diciembre de 2016

Sobre los Padres de la Iglesia (y IV)



            4) Invitación de altura: la mística

            El desarrollo de la vida bautismal desemboca en una vida sobrenatural y mística, profundamente orante, llena del Espíritu Santo. Eso sería la perfección bautismal por gracia y por tanto es accesible a todos, meta de todos.



            En la Tradición de la Iglesia los dones de la vida mística o una profunda espiritualidad y oración no están reservadas para unos pocos consagrados –vírgenes o monjes- mientras que para el común de los fieles fuese suficiente un mínimo de asistencia a la liturgia y alguna fugaz plegaria (o, pasados los siglos, unas ciertas devociones). Para todos se ofrece la mística, a ella encaminan a todos los bautizados.

            Ya en el catecumenado, cuando se les hacía entrega de la oración dominical, se les explicaba muy bien qué es la oración cristiana y cuál el sentido de las 7 peticiones del Padrenuestro, como vemos, por ejemplo, en los sermones de S. Agustín (serm. 56-58). La vida cristiana de por sí y para todos es una vida de oración plena.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Sobre los Padres de la Iglesia (III)



            3) Defensa de la razón

            En todos los Padres hay otra nota común, aunque la insistencia sea mayor en unos que en otros, y es la defensa de la razón. Descubren en Jesucristo el Logos mismo encarnado, la Sabiduría, la Razón, aquella que los filósofos paganos buscaron y vislumbraron, y cuyos destellos iluminaron muchos de sus razonamientos.


            Al ser Jesucristo el Logos (la Palabra, el Verbo hecho carne), la fe cristiana no es superstición, sino que es razonable, y los Padres empleaban la razón y animaban a ese uso de la razón para indagar el Misterio y exponerlo razonadamente, y razonablemente, en diálogo con las mejores filosofías de su época.

            Es muy revelador el hecho –como muchas veces repitiera Ratzinger- que el cristianismo al nacer no se puso en contacto con las religiones de su tiempo, porque eran cultos formales, sustentadores de la estructura del Imperio, costumbres en cuanto a la forma. Más bien se dirigió a las filosofías de su tiempo, a los que buscaban la verdad, sabedores de que con los filósofos podían hablar y mostrarles la Verdad plena que buscaban. Tertuliano afirma en este sentido: “Cuando Cristo apareció en el mundo, no dijo: Yo soy la costumbre, sino: Yo soy la verdad” ( ).

            Los Padres de la Iglesia amaban la razón porque era amar al Logos; y empleaban la razón porque la razón humana es una participación en el Logos para entender la Verdad y reconocerla.

jueves, 15 de diciembre de 2016

La humanidad de Cristo, camino para llegar a Dios

El Adviento clama constantemente a Dios aguardando al Salvador.

Pero el plan de Dios, su redención, no se realiza por un decreto o una acción externa a nosotros, sino por una mediación concretísima: la carne de Jesús, su santísima Humanidad.


Dios salva al hombre mediante el Hombre Cristo-Jesús, su Unigénito. Así rompe todo esquema previo y supera incluso lo que el hombre hubiera podido imaginar. Ahora nos preparamos para recibir la salvación y vivimos en esperanza: se nos da por la humanidad santísima de Cristo.

Con esta catequesis, dilatemos el corazón y hagamos crecer la esperanza para que comprendamos bien la humanidad del Señor y sus implicaciones para el "hoy" de nuestra vida.


                "Y la doctrina que ahora nos interesa es la que atormenta al hombre moderno, sobre Dios, sobre el modo de llegar a él, y sobre la valoración de los resultados, a que podemos llegar en esta difícil e inevitable búsqueda. Y conocemos una verdad fundamental: tenemos un Maestro. Más que un Maestro, un Emmanuel, o sea, Dios con nosotros; tenemos a Cristo Jesús. Es imposible prescindir de él si queremos saber algo seguro, pleno de revelación sobre Dios; o, mejor, si queremos tener alguna relación viva, directa y auténtica de Dios (cf. Cordovani, Il rivelatore). No decimos que antes de Jesucristo fuese desconocido Dios: el Antiguo Testamento es ya una revelación, y desarrolla en sus cultivadores una espiritualidad maravillosa y siempre válida: basta pensar en los Salmos, que alimentan todavía hoy la plegaria de la Iglesia con una riqueza de sentimiento y de lenguaje insuperables. Aun en las religiones no cristianas puede encontrarse una sensibilidad religiosa y un conocimiento de la divinidad, que el Concilio nos ha aconsejado respetar y venerar (cf. NE, 2; cf. cardenal Köning, Diccionario de las religiones, Herder, 1960, Roma). Y, en general, el hombre que piensa, obra, gobierna, sufre o se expresa artísticamente, acoge algo de Dios, a quien por tantos títulos nuestra vida está obligada; el estudio de las religiones nos lo demuestra; la historia, la filosofía, el arte nos lo confirman. Toda aspiración a la perfección es una tendencia hacia Dios (cf. Santo Tomás I, 6,2 ad 2; De Lubac, Por los caminos de Dios, c.2).

lunes, 12 de diciembre de 2016

Perspectivas para mirar a los santos (Palabras sobre la santidad - XXXIII)

La santidad, concretada en la vida de cada uno de los santos, debe ser pensada, amada, valorada, desde las distintas perspectivas que ofrece un fenómeno tan especial. Una simple mirada nunca logrará abarcar el misterio de la santidad ni logrará abarcar el misterio personal de un santo. Son, cada uno de ellos, muy plurales, polifacéticos, porque reflejan un Misterio insondable, inefable: la santidad de Jesucristo.


Los santos, cuando se les conoce, cuando se les presenta en la Iglesia, nos enriquecen y estimulan. Una buena presentación de los santos son un acceso certero para ver los valores actuales de la santidad y suscitar el anhelo de la santidad.

"A la vez, [la Iglesia] presenta estos excelsos ejemplos a la imitación de todos los fieles, llamados con el bautismo a la santidad, meta propuesta a todo estado de vida. Los santos y los beatos, confesando con su existencia a Cristo, su persona y su doctrina, y permaneciendo estrechamente unidos a él, son como una ilustración viva de ambos aspectos de la perfección del divino Maestro. 

domingo, 11 de diciembre de 2016

La dignidad personal y su conciencia

Para llegar a comprender la conciencia, hay que ver bien qué es el hombre, cuál su dignidad, su constitución y sus elementos o co-principios; entonces, con una sana y correcta antropología, hallaremos sin dificultad la conciencia, su función de guía, su importancia para que la persona se oriente en el camino del bien y de la belleza.


Tal vez antes incluso de hablar de la conciencia y de los 'valores', lo primero que hay que ver es siempre la naturaleza humana, tan puesta en discusión por esas antropologías culturales de la post-modernidad que reducen al hombre de una u otra manera. Con palabras de Ratzinger: "Para afrontar adecuadamente el problema de las amenazas contra la vida humana y para hallar el modo más eficaz de defenderla de tales amenazas, antes de nada debemos verificar los componentes esenciales, positivos y negativos, del debate antropológico actual.

El dato esencial del que hay que partir es y sigue siendo la visión bíblica del hombre, formulada de manera ejemplar en los relatos de la creación" (El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, p. 39).

Con los relatos de la creación, se define al hombre como creado a imagen y semejanza de Dios y por tanto, capaz de Dios, 'capax Dei', guiado y acompañado por la Providencia de Dios y protegido por Él. Además, en el hombre se da una peculiar cualidad: una solidaridad misteriosa con todos los demás hombres, formando un solo hombre, una humanidad solidaria en el destino, en la gracia... y en el pecado. "Esta unicidad del género humano, que implica la igualdad, los mismos derechos fundamentales para todos, es solemnemente repetida y re-inculcada después del diluvio" (ibíd.).

Sobre el hombre creado, la antropología cristiana, la cual recibe toda su luz de Cristo que revela el hombre al hombre, afirma:

"De todas las criaturas visibles sólo el hombre es "capaz de conocer y amar a su Creador" (GS 12,3); es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad" (CAT 356).

sábado, 10 de diciembre de 2016

Espiritualidad de la adoración (XVI)

Muy vinculada a la devoción al Corazón de Jesús, la adoración eucarística establece una corriente de amor, de reparación, de intercesión, de expiación, entre el corazón orante y el Corazón divino del Redentor.


La devoción al Corazón de Jesús, expresada siempre el primer viernes de mes, más que vinculada a una imagen o una iconografía concreta, está dirigida al Corazón vivo de Cristo, a su Persona, presente realmente en la Eucaristía. Así, estar ante la custodia o de rodillas ante el Sagrario, es el mejor homenaje de amor y reparación al Corazón de Cristo y nace así una espiritualidad sencilla y honda.

El cristianismo es el encuentro personalísimo con el Señor, donde Él muestra todo su amor, su interioridad, su Corazón y esto se convierte en un acontecimiento decisivo en la existencia. Se descubre uno profundamente amado por el Señor y trata entonces de responder con amor a Quien tanto lo ama. En este sentido se entienden las bellísimas palabras de Benedicto XVI:

jueves, 8 de diciembre de 2016

Gracia tras gracia

Así se puede definir la acción de Dios, constante y salvífica: gracia tras gracia.

De Cristo hemos recibido gracia tras gracia. Un proceso se ha desencadenado en nosotros: la gracia nos he venido por medio de Jesucristo.


El tesoro de su gracia se ha derramado. Como un cascada, salto tras salto, llega hasta nosotros. Claro, no podíamos salvarnos a nosotros mismos, por la virtud de nuestra naturaleza humana, confiando sólo en nuestro poder y capacidad.

La gracia ha venido en ayuda de nuestra debilidad. 

Esta gracia se desencandenó abundantemente en Santa María, desde el mismo instante de su Concepción. Se iniciaba la salvación de la humanidad, de la nueva humanidad que va a nacer. "Llena de gracia": nada se interpuso en ella a Dios.

martes, 6 de diciembre de 2016

Sobre los Padres de la Iglesia (II)



            2) Cristocentrismo absoluto

            Destaca poderosamente en los Padres sin excepción el anuncio o predicación de Jesucristo, Señor y Salvador, “mejor del cual nada existe” (S. Ignacio de Antioquía). Para ellos el centro de toda predicación cristiana que se precie es Jesucristo, Hijo de Dios, que verdaderamente se encarnó, nació, murió por nosotros y resucitó según la carne, y es constituido Señor de todo, del cielo y de la tierra. Hablan de Él con pasión, con entusiasmo, con fuerza. Nada puede sustituir en ellos la predicación sobre Cristo, sus misterios y su redención.



            Sería inútil buscar en los Padres otro núcleo de su predicación ni otros centros o ejes de gravedad. Nunca lo sustituirían por una aproximación humana o histórica a “Jesús de Nazaret”, un “creyente”, un “buscador de Dios” o un simple “hombre ejemplar”, que nos llevase “a lo divino”, entendido genéricamente como “trascendencia”. Sería inútil buscar ese lenguaje, que no es cristiano ni eclesial, en los Padres; es más, a quienes lo propusieron –desde el arrianismo o las corrientes gnósticas- la réplica fue brutal y clara. ¡No permitían los Padres que se alterase o que se desfigurase el Misterio de Jesucristo! Era intocable.